sábado, 29 de marzo de 2014

¿Seguridad? ¿Consenso? ¿Rebaños?

Luis García Montero, nuestro compañero poeta y Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada.

Articulo publicado el 27 de marzo de 2014 en publico.es:

http://blogs.publico.es/luis-garcia-montero/969/seguridad-consenso-rebanos/


La política de seguridad del PP, tanto por lo que se refiere a las leyes como por los comportamientos que impone en la policía, está encaminada a dibujar un marco autoritario específico para la desigualdad económica. La brecha entre ricos y pobres que han abierto en España las medidas y los recortes del Gobierno, el empobrecimiento de la clase media y de los de abajo en favor de las élites, exigen una filosofía de control y represión. Se trata a la vez de convertir la protesta en un problema de orden público y de criminalizar la pobreza.

El engranaje está claro. Cuando el  Estado renuncia a equilibrar las desigualdades con amparos y derechos civiles, necesita sostener la injustica con un orden represivo de multas, mano dura, calles cerradas y cárceles dispuestas a asumir una población masiva. La voz discrepante ocupa un lugar confundido con la delincuencia. La pérdida de libertades afecta así a una inmensa mayoría de la población, sea cual sea su ideología. ¿Qué sentido tiene entonces la seguridad? Para contestar a esta pregunta conviene plantearnos la paradoja de una coincidencia significativa que se ha producido en los últimos días: la exaltación del consenso junto a las noticias policiales.

La muerte del expresidente Adolfo Suárez ha reunido a sus amigos, sus adversarios y sus traidores bajo la consigna del consenso. Hay que entenderse, limar asperezas, comprender al otro, llegar a acuerdos… Basta con tener memoria para sentirse irritado ante esta operación de maquillaje histórico. En los años 70, por razones diversas, los españoles nos pusimos de acuerdo en que una democracia era mejor que una dictadura. El consenso llegó hasta ahí. Los demás asuntos, desde la articulación territorial hasta la propia definición del sentido social de la democracia, dependieron de las fuerzas de cada uno de los protagonistas en el debate. La maltratada biografía política del propio Adolfo Suárez puede servir de ejemplo.

Los que más repiten ahora la palabra consenso son los mismo que han puesto en peligro la soberanía popular y la posibilidad real de que los ciudadanos sean dueños de su autogobierno y su futuro. Las élites económicas han roto el pacto democrático al desplazar a sus despachos financieros decisiones que deberían ser políticas. Y como esas decisiones provocan dolor, desigualdad e indignación, se llenan las calles de policías, se criminaliza a los convocantes de una manifestación legal, se intenta prohibir las protestas en el centro de la ciudad, se detiene a estudiantes y se confunde una movilización multitudinaria y pacífica con una llamada a la violencia.

¿Hay violentos? Sí. Algunos violentos están dirigidos como infiltrados desde el propio ministerio del interior. Parece que también. ¿Se está jugando con la policía? Eso se intuye en las protestas de los policías que se vieron puestos en peligro y desamparados por sus mandos. La estrategia seguida por la autoridad es rara: en vez de utilizar las fuerzas del orden para asegurar el desarrollo pacífico de una manifestación legal, se abandona a unos policías en manos de un grupo incontrolado de violentos. ¿Es que se quiere sacrificar a alguien para justificar después la represión y la mano dura? Da miedo pensar en la respuesta. Pero todo apunta a que ese es el motivo de la indignación y las reacciones de la propia policía.




Esto no es consenso en realidad, sino la conversión de la ciudadanía en un rebaño fácil de pastorear. Y si se aplican los códigos del populismo y el melodrama, tan afines al circo mediático, es posible que el poder consiga rizar el rizo y convertir en enemigo público a todo el que se pliegue a la mansedumbre y la mentira. Estos días pasados hemos tenido un buen ejemplo con la indignación levantada por los que se negaron a falsificar y sacralizar la figura de Suárez. No bastaba con reconocerle sus méritos, había además que glorificarlo con un espíritu de consenso dirigido contra la conciencia crítica y la rebeldía.


El poder procura conformar un rebaño de ovejas muy raras. Busca ovejas híbridas que obedezcan, pero que rebuznen en vez de balar cuando un disidente cuestione el consenso de la demagogia y la manipulación sentimental. Ovejas que rebuznan una mansedumbre furiosa.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Recordando a Suárez


Jorge Tamames Grasset, periodista y graduado en relaciones internacionales, colaborador en la revista Política Exterior

Articulo publicado el 25 de marzo de 2014 en revista Política Exterior:

http://www.politicaexterior.com/archives/16609

Adolfo Suárez ha muerto, y me es difícil rendirle homenaje sin caer en tópicos. Es innegable que ocupa un lugar destacado entre los padres de la Transición. Muy pocos dudan que España permanece en deuda con él. Incluso las anécdotas personales –su don de gentes, su aversión hacia los libros– son ya lugares comunes en la hagiografía política de nuestro país. Porque escribir sobre Suárez es escribir sobre la Transición, y la Transición es un periodo de nuestra historia que se alaba más de lo que se valora. No siempre es fácil reconocer los logros de ambos sin incurrir en el panegírico oficial, tanto del proceso como de la persona que en gran medida lo dirigió.

Suárez nunca estuvo destinado a pilotar la Transición. Manuel Fraga tenía más credenciales reformistas; José María de Areilza, una trayectoria más sólida. Ambos se veían con una experiencia, cultura y aptitud muy superiores a las de aquel advenedizo de provincias que había medrado en las filas del Movimiento, y que se convirtió en presidente gracias a la habilidad con que Torcuato Fernández Miranda manipuló al Consejo del Reino. Y si Fernández Miranda orquestó la elección, lo hizo únicamente porque vio en Suárez el brazo ejecutor de su proyecto político.

Ésa, al menos, era la teoría. Que Suárez debía su carrera a la Corona. Que actuaría como correa de transmisión de Fernandez Miranda, eminencia gris del Rey. Que se quemaría a lo largo del proceso y pasaría el relevo político tan pronto como el franquismo hubiese dado el último espasmo mortuorio.

No ocurrió así, porque Fernández Miranda subestimó a Suárez. De 1977 en adelante, el presidente toma la iniciativa. Le ayudan su talento en el control de los tiempos y la habilidad para engatusar a sus rivales. Sirva como ejemplo Santiago Carrillo. Suárez le manipula inteligentemente, empleando su ambición y la legalización del PCE como anzuelos para extraerle concesiones. Paradójicamente, estas concesiones –aceptar la bandera del régimen y la monarquía, además de enterrar el proyecto rupturista– pasarán al partido una factura enorme tras su legalización.

Fernández Miranda se opone. En las memorias de Leopoldo Calvo-Sotelo aparece Fraga rasgándose las vestiduras. Por encima de todo, la medida incendia a la cúpula militar, guardiana de las esencias del franquismo, a la que Suárez había asegurado que jamás legalizaría el PCE. Cuando Fernando de Santiago dimite, amenaza a Suárez recordándole que en España son comunes los golpes de Estado. El presidente responde: “Y yo a ti te recuerdo, general, que en España sigue existiendo la pena de muerte.” Es la misma valentía que muestra cuando Antonio Tejero irrumpe en el Congreso. Mientras llueven las balas y los diputados se esconden, Suárez mantiene el tipo sentado en su butaca. Tejero le lleva a la Sala de los Ujieres, y le encañona el pecho. Suárez mira al teniente a los ojos y le ordena que se cuadre ante su superior.

¿Tienen este valor nuestros actuales dirigentes políticos? La pregunta es retórica. Si los padres de la Transición han sido idealizados hasta extremos sonrojantes, el coraje de Suárez –y el de su vicepresidente de Defensa, Manuel Gutiérrez Mellado–, es la excepción que confirma la regla.
No por eso era perfecto. Su predilección por el regate corto y la improvisación no siempre dieron un resultado positivo. Ahí queda el Estado de las Autonomías, fruto de un proceso confuso que continúa en vigor; no tanto por su éxito como por la idealización de la Constitución de 1978, intocable a menos que Bruselas exija su reforma. Al igual que Mijail Gorbachov en la Unión Soviética, Suárez, que dominaba las reglas del franquismo, pronto se mostró incapaz de operar bajo las de una democracia. Así lo demuestra de 1978 en adelante, aislándose en La Moncloa mientras las élites del país reniegan de él.

Su carrera política termina el 23 de febrero de 1980. Y la conspiración que acaba con él –y por poco con la democracia en España– no fue la de un puñado de generales recalcitrantes. A ella contribuyeron, de forma activa o pasiva, la administración de Ronald Reagan, la CEOE de Ferrer Salat, Luis María Anson, políticos de todo el arco parlamentario y el propio Rey, cuyo desencanto con un Suárez demasiado independiente dio alas a las fantasías de Alfonso Armada. Sería una falta de respeto hacia la figura de Suárez ignorar cómo muchos de los que hoy lamentan su muerte le dieron la espalda cuando más los necesitó.

Es una ironía triste que Suárez haya muerto sin publicar sus memorias. A Paloma Aguilar le corresponde el mérito de destacar el parecido entre las palabras amnesia y amnistía, y utilizarlo como símbolo del pacto del olvido que tuvo lugar durante la Transición. Las sociedades que pasan por periodos traumáticos necesitan poner el pasado en su justo lugar, pero la española jamás ha realizado ese esfuerzo. Las heridas del pasado no cicatrizan. La negligencia tiene un precio. Y como si el peso del olvido colectivo hubiese recaído sobre sus hombros, Suárez, consumido por el alzhéimer, llegó al final de su vida sin memoria. A los que seguimos aquí nos corresponde recordar.

martes, 25 de marzo de 2014

La memoria de Suárez

Luis García Montero, nuestro compañero poeta y Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada.

Articulo publicado el 23 de marzo de 2014 en publico.es:

http://www.publico.es/politica/509495/la-memoria-de-suarez

 La pérdida de memoria es uno de los remedios mejor utilizados en la construcción de la España oficial. El alzheimer de Adolfo Suárez ha cumplido también su papel. Cuando Adolfo Suárez hijo convocó a la prensa para anunciar el fallecimiento inminente de su padre, sentí tristeza, y no por Suárez, que llevaba 11 años desaparecido, inexistente, sino por nuestro país, por el impudor del circo levantado sobre nuestra realidad.

Yo no voy a olvidar todas las manifestaciones en la que participé contra su política, contra los suyos, contra la España que representaba.

Pero Adolfo Suárez, ahora, tenía derecho a dejar de sufrir. La familia podía haberse limitado a emitir un comunicado anunciando su fallecimiento después de tantos años de enfermedad. No esperó a la muerte, convocó a la prensa para anunciar que se iba a morir y luego lloró delante de los periodistas. Las lágrimas falsas no conmueven, dan pena y vergüenza.

Siento respeto por la figura de Suárez. No me creo la mitología oficial de la Transición española, su colaboración con el Rey, sus labores en favor de la democracia. Cuando él era gobernador franquista y jefe del Movimiento, muchos miles de españoles pasaban por la cárcel como luchadores en favor de la democracia. Ejecuciones, torturas y represión fueron las realidades y las palabras que persiguieron a todos los verdaderos demócratas por encima de sus disputas y sus diferencias. Me siento heredero de todos ellos. Mi respeto va dirigido a todos ellos.


La importancia de Suárez como demócrata tiene poco que ver con su colaboración con el Rey. Más valor, sin duda, tienen sus diferencias. Al colaborar con el Rey, Suárez no fue más que uno de los franquistas que quiso perpetuarse en la España oficial. Su labor como demócrata empezó de verdad no al ser designado presidente de Gobierno por Juan Carlos I, heredero de Franco, sino al ganar unas elecciones.

Hoy quizás se nos olvida el verdadero lugar ocupado por el Rey en los años de la llamada Transición. Una prensa sumisa no tenía permiso para comentar su historia, sus historietas, sus amoríos, sus negocios. Juan Carlos ejerció durante años como heredero de un dictador. La prensa soportaba problemas incluso para publicar una foto de primer plano en la que el monarca no estuviese agraciado. Un Rey con una nariz grande podía convertirse en un conflicto de Estado.

En esa situación, Adolfo Suarez llegó a creerse la democracia. Se atrevió a recordarle al Rey que un presidente de Gobierno era alguien elegido por los ciudadanos, alguien que no dependía del poder borbónico. Eso le complicó la vida. Los lectores de Anatomía de un instante, el libro de Javier Cercas sobre el golpe del teniente coronel Tejero, han podido enterarse en muy buena prosa de los desprecios del Rey y de su actitud hostil contra Suárez. El heredero de Franco no resistía que un presidente democrático se sintiera independiente ante sus interferencias. La coyuntura que propició el golpe de Estado del 23 de febrero tiene que ver con el deseo de cambiar a Suárez por el general Armada, un militar de devociones monárquicas.

Suárez merece respeto por haber defendido la independencia de la política frente a las intervenciones de la monarquía. Y sufrió por ello. Y fue expulsado de la presidencia por ello. Por eso resulta tan patético el esfuerzo de la prensa oficial para extender la mitología de la amistad de Suárez y el Rey. Cuando ya no existía su padre, hundido en la nada del alzheimer, Adolfo Suárez hijo recibió un premio periodístico importante por una foto en la que colocó al expresidente Suárez con el monarca en actitud de complicidad. ¡Qué desprecio al valor del verdadero fotoperiodismo! Fue una manipulación escandalosa. El anuncio por anticipado del fallecimiento inminente ha supuesto otra manipulación para facilitar el circo mediático y para volver a los cánticos en favor de la Transición cuando el prestigio del Rey anda por los suelos.

Descanse en paz Adolfo Suárez, un personaje que debe pasar a la historia. Pero no por representar a sus compañeros, que se portaron con él como lobos descarnados, sino por haber asumido una dignidad muy extraña entre los suyos.

miércoles, 19 de marzo de 2014

¿Dónde estás, Catherine?

Adrián Vidales, Politólogo-Esp. Estudios Internacionales. Colaborando en @ElOrdenMundial. Miembro de @CCEuropa. Y estudiando Derecho en la UNED.

Articulo publicado en CC/Europa, 13 de marzo de 2014

Si hay algo que cualquier europeísta tiene claro es que la UE es un sujeto peculiar en la sociedad internacional. Mientras a nivel económico y comercial, la Unión Europea es un actor plenamente operativo, en lo puramente político no termina de definir su identidad o sus prioridades. Resultan notorios los avances cosechados en el ámbito económico de la integración: tenemos una unión aduanera, una unión bancaria y hasta una moneda única; pero en cuanto nos adentramos en el terreno más estrictamente político, el proceso de integración comienza a renquear. En este artículo quisiera dirigir la atención del lector hacia uno de los aspectos más largamente deseados y, sin embargo, más escasamente implementados de la política comunitaria: la política exterior y de seguridad común, o PESC.
La PESC es uno de los pilares de actuación sobre los que se asienta la acción exterior de la Unión Europea. Dirigida por el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (cargo ocupado actualmente por Catherine Ashton) la PESC trata de articular las relaciones internacionales y la política exterior del conjunto de la Unión, así como las capacidades en materias de Defensa (organizadas en torno a la Política Europea de Seguridad y Defensa, o PESD). Si bien la Política Exterior y de Seguridad Común, como tal, nació con la entrada en vigor del Tratado de Maastricht en 1993, cuenta con antecedentes como la Comunidad Europea de Defensa o la Cooperación Política Europea; experimentos que, o bien fracasaron o bien pronto demostraron su insuficiencia por estar insertos en una lógica intergubernamental. La PESC sufre exactamente de la misma dolencia.
La falta de coherencia en la Acción Exterior europea, a la que la PESC trató de dar respuesta hace ya 21 años, se encuentra íntimamente ligada a la escasa profundidad del proceso de integración en esta parcela estrictamente política. Aun siendo cierto que los procedimientos de cooperación y consulta implementados desde entonces han hecho evolucionar la situación, lo cierto es que la cuestión de fondo sigue sin ser abordada. Así, el Tratado de Lisboa, al exigir la unanimidad en la toma de decisiones en el Consejo Europeo (máximo órgano decisorio de la UE en materia de política exterior) refleja la consolidación de la naturaleza intergubernamental de la PESC y, por tanto, su dependencia de la voluntad de unos Estados miembros que tradicionalmente se han resistido, y se siguen resistiendo, a ceder uno de los elementos del denominado “núcleo duro de la soberanía nacional”. Y la crisis en Ucrania ha puesto de manifiesto las carencias de esta concepción.
La Unión Europa se enfrenta en estos días a una emergencia de carácter distinto de las que han afectado al club comunitario en los últimos años. Frente a peligros como la quiebra del sistema bancario europeo o el hundimiento del euro, la UE se enfrenta en Ucrania a un escenario estrictamente político: la posibilidad de una guerra en uno de los Estados clave en el tablero geopolítico europeo. Con el agravante de que, en esta ocasión, el rival a batir es Rusia, unida a la UE por grandes lazos comerciales y energéticos.
Y una vez más, las carencias de la PESC han salido a la superficie, en forma, por un lado, de división en cuanto a la respuesta a dar; y por otro, de absoluto protagonismo de los líderes nacionales en detrimento de los comunitarios. En cuanto al primero de los problemas apuntados, las divergencias son claras entre unos socios exsoviéticos (con Polonia a la cabeza) que demandan mano dura contra el Kremlin y apoyados por Reino Unido, que sigue la estela marcada por un Obama que reaccionó antes que nadie; y otros socios, con Alemania como principal referente, reacios a enfrentarse abiertamente a una Rusia de la que dependen energéticamente, y que en un principio apostaron por el diálogo y la contención. Finalmente, como no podía ser de otra forma tratándose de la UE, se llegó a un acuerdo de mínimos que establecía las primeras sanciones a Rusia, concretamente, la suspensión de las negociaciones bilaterales para la liberalización de visados y las del nuevo acuerdo de asociación UE-Rusia que debía firmarse en los próximos meses, así como una declaración de ir más lejos en el camino de las sanciones si fuera necesario. Una respuesta de lo más tibia ante la política de hechos consumados del Kremlin.
¿Y quién está llevando la voz cantante por parte europea en esta crisis? Los de siempre. Cuando Rusia comenzó a desplegar sus tropas en territorio crimeo, todos los ojos se volvieron hacia Berlín, no hacia Bruselas. No fue Ashton quien mantuvo esa conversación telefónica con Putin en la que se convenció al dirigente ruso de sentarse a la mesa de contactos. Y tampoco fue Ashton quien amenazó a Rusia con nuevas sanciones en el Consejo Europeo previsto para el lunes 17 si persiste en su actitud; fue el primer ministro británico, otro de los protagonistas en los últimos días.
La crisis ucraniana ha vuelto a destapar las vergüenzas del proceso comunitario de integración política, y ha marcado un nuevo capítulo en la eterna confrontación entre federalismo e intergubermentalismo que viene lastrando a la UE desde sus orígenes. Una vez más, resulta evidente la necesidad de implementar, de una vez por todas, una política exterior y de defensa común efectiva que permita que la Unión Europea hable con una sola voz contundente en materia internacional; y que, asimismo, dote a la organización de capacidad operativa para dar una respuesta defensiva conjunta en caso de ser necesaria. El Tratado de Lisboa ha introducido la “cláusula de asistencia mutua” que establece que “si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance.” ¿Pero tiene la UE, a día de hoy, capacidad para cumplir dicha cláusula?
Decía el expresidente polaco Lej Kachinsky una frase inquietante: “Primero será Georgia, luego Ucrania, después los países bálticos, y finalmente Polonia.” La primera pieza del puzzle ya fue neutralizada en 2008; la segunda va camino de serlo. Pero la tercera y la cuarta son socios comunitarios. ¿Estará la Unión Europea preparada para responder si finalmente se cumple esta inquietante profecía?

viernes, 14 de marzo de 2014

Los riesgos de olvidarse de los Derechos Humanos

Francisco González de Tena, doctor en Sociología y actual presidente de la Federación Coordinadora X 24 (de asociaciones de Víctimas por el Robo de Niños en España)



En estos días ve la luz de las librerías mi ensayo “Nos encargamos de todo”. Robo y tráfico de niños en España (editorial Clave Intelectual). En menos de doscientas cincuenta páginas de este libro no es posible el desarrollo que ese inmenso drama, que sin duda pesará durante años sobre la sociedad española. El objetivo del ensayo no es dar todas las respuestas, objetivo claramente imposible a las fuerzas  individuales, sino plantear las numerosas preguntas que el tema despierta y ofrecer algunas de las múltiples conclusiones que han aflorado tras casi un lustro de trabajo de investigación, pegado a las personas que siguen sufriendo el dolor permanente y la impotencia ante una Justicia ineficiente, y que tienen como resultado la sensación de frustración que genera nuevas cuestiones. Pero al menos tenemos ahora una base para analizar, con la objetividad que da la experiencia, las circunstancias y el contexto sociocultural en el que se produjeron los hechos delictivos que provocaron este problema de Estado.
Esta cuestión de Estado ha sido tomada por el actual Ejecutivo como un ataque a su control prácticamente absoluto de los instrumentos del Estado. Y esa amenaza ya se anuncia inminente, con la toma en consideración de los casos denunciados (sin duda una parte menor de los existentes) por parte de las Agencias de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la Justicia Universal, a pesar de las groseras trampas urdidas para eludir esas responsabilidades como estorbar escandalosamente la acción de la Justicia argentina (caso de la Querella en aquél país), o limitarse a dar buenas palabras, sin acción efectiva, tras la visita de trabajo del Relator Especial de NN.UU. Pablo de Greiff. Ahora se abre la puerta para que la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo tome en consideración, de forma global, los Casos de Niños Robados. Ante toda esa acción concertada que viene desde instancias internacionales el Ejecutivo prepara estrategias evasivas de las que sin duda tendremos abundantes indicios muy pronto.
La dimensión internacional de estos delitos no debería sorprender a nadie, y menos a quienes eran conscientes desde enero de 2012, nada más llegar al ejercicio del poder absoluto, de los riesgos que conllevan estos delitos permanentes. Quizás sea una minúscula asociación de víctimas, el Colectivo Sin Identidad, de Canarias, el elemento más inquietante para el ministro que, con sus actos y empeños, más desvirtúa el sentido último de la Justicia que predica su título. Todo apunta a que conoce, o debiera conocer, la enorme dimensión a que obligan de los artículos 7 y 8, especialmente, del Instrumento ratificado por España en 1990, incorporando de hecho la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño al Derecho interno de España. Para los desmemoriados es preciso repetir que el apartado 2 de ese artículo 8 proclama la protección especial “cuando un niño sea privado ilegalmente de alguno de los elementos de su identidad o de todos ellos, los Estados Parte deberán prestar la asistencia y protección apropiadas con miras a restablecer rápidamente su identidad.” Acostumbrados como estamos a que estos gobernantes utilicen todas las trampas posibles de los tahúres leguleyos para eludir sus responsabilidades, como aducir como procedimientos en marcha (a la petición de explicaciones por NN.UU.) todo lo archivado tras la artera expulsión de Garzón por su interés contra los crímenes del Franquismo, también nos tememos que se agarren a la excusa de la prescripción u otras como la extemporaneidad de la ratificación de estos instrumentos de protección infantil. Pero deliberadamente olvidan que esta legislación universal emanada de NN.UU. trae causa tan antigua como la Declaración de Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño, que obliga erga omnes desde hace noventa años a tomar medidas efectivas para la protección de Derechos Fundamentales. Es hipócrita el levantar la bandera de algo tan rebuscado como el nasciturus (expresión manipulada de forma interesada por la Iglesia de una figura del Derecho Romano, y además sacada de contexto legal) cuando se está condenando a ciudadanos de pleno derecho, como los actuales disminuidos sin protección o los escolares desnutridos, para amoldarse a las exigencias eclesiales sin base real y científica, al tiempo que se olvida algo tan esencial como la Solidaridad con la Humanidad viva.     
Desde ese Colectivo canario antes mencionado se le reclamó a ministro Gallardón, y en concreto a la Fiscalía General del Estado, la protección necesaria para acceder a instrumentos básicos e imprescindibles para tener las referencias documentales necesarias para restablecer, sin sombras interesadas o dudas, las identidades robadas a esos antiguos internos en las Casa Cuna de Tenerife o de las Palmas. La práctica totalidad de esas evidencias documentales están tapiadas bajo custodia férrea de la Iglesia, en archivos reputados como privados pero que contienen datos importantes sobre esas identidades dolosamente alteradas. 
Sobre algunas de estas cuestiones esenciales trata de arrojar algo de luz el ensayo arriba mencionado. Puede ser una herramienta de reflexión en tiempos tan convulsos y tan necesitados de referentes sensatos, pero en todo caso se trata de una aportación, sin duda limitada, para conocer con datos el origen y la probable dimensión de algo muy peligroso socialmente y que, lo queramos o no, afecta gravemente a la convivencia ciudadana. Y una llamada de atención para quienes, debiendo ser los vigilantes de la defensa práctica de los Derechos Humanos, aquí con respecto a los niños que todos fuimos (y hoy para con los ciudadanos actuales), eluden de forma descarada su aplicación con falsas estrategias.

domingo, 9 de marzo de 2014

Drama de mujeres

Luis García Montero, nuestro compañero poeta y Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada.

Articulo publicado el 8 de marzo de 2014 en infolibre:

http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/03/09/drama_mujeres_14358_1023.html336134.html


Las batallas ideológicas más importantes del siglo XX se han librado sobre el cuerpo de las mujeres. La libertad y la represión entablan su duelo en el origen de la vida. Son muy famosas las palabras con las que una madre tiránica cierra el argumento de La casa de Bernarda Alba: “No quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara… ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!” La represión suprime las palabras, empobrece los vocabularios, prohíbe los idiomas. La represión ha borrado también el pulso de la vida en el cuerpo de Adela.

Casi nadie recuerda, sin embargo, las palabras que inician La casa de Bernarda Alba. Una criada se queja: “Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes”. Doblan a muerto. Las campanas pueden ser hermosas cuando forman parte del paisaje de una aldea o cuando flotan sobre los amaneceres de una ciudad. Los decorados sonoros nos ayudan a apropiarnos de un ambiente, como las viejas canciones que ruedan sobre la barra de un bar o los asientos de un coche. Pero el significado cambia si las campanas de la iglesia se meten entre las sienes. Es el ambiente el que quiere apropiarse de nosotros. El viento busca súbditos.

Las ideologías no viven como ideas abstractas. Procuran encarnarse en un cuerpo, meterse entre las sienes. Por eso las grandes batallas se libran sobre un cuerpo. El poder no se conforma con dominar la plaza. Necesita introducirse en el cuarto de estar y luego en el dormitorio. El poder que suena a campana en la plaza y en el salón se convierte así en el tic-tac del reloj que marca los silencios de un cuerpo desvelado. El poder necesita hacerse vida privada, intimidad. Por eso las grandes batallas se libran sobre el cuerpo de una mujer. La sociedad contemporánea quiso ordenar la existencia definiendo la condición femenina como un ámbito sentimental propicio para lo privado y la intimidad. Es la historia del ángel del hogar.

Cuando Federico García Lorca quiso indagar la presencia del poder en los últimos rincones de la casa, suprimió la mentira del ángel del hogar para enfrentarse cara a cara con la represión y los deseos insatisfechos. Su drama de mujeres estalla cuando Bernarda quiere tapiar las puertas y las ventanas para que se cumpla un luto riguroso. Pero todo es una mentira, no existe separación posible, no hay distancia entre lo público, lo privado y la intimidad. Las campanas que se meten entre las sienes ocupan todas las habitaciones y tiemblan debajo de las almohadas. El agua corre libre en los ríos y se mueve con fuerza en el mar. El agua de un pozo está quieta, no desemboca en ningún sitio. Bernarda vive en un pueblo de pozos, su casa gira alrededor de un pozo y el pecho de cada una de sus hijas es un pozo de insatisfacción y veneno.


Pocas reflexiones tan radicales sobre la geografía del poder como la que nos encontramos en La casa de Bernarda Alba. Son razones muy profundas las que hacen que los instintos de dominación, las ideologías totalitarias y las crisis económicas de nuestra sociedad castiguen de forma directa a las mujeres. Doblan las campanas en las alcobas. Se intenta cancelar su libertad de conciencia en asuntos tan personales como la interrupción de un embarazo. Doblan las campanas en el cuarto de estar. La violencia de género se apodera de la convivencia en un grado alarmante para toda Europa. Y doblan las campanas en los talleres y las plazas. La crisis acentúa la desigualdad. Sin amparos públicos, sin ayudas sociales, sin políticas de igualdad, la economía es otra forma de violencia para las mujeres que intentan trabajar, criar a los hijos y cuidar a los mayores.

Unos obispos que no huelen a hombres, sino a hombres viejos, a sotana rehervida, ponen las campanas a doblar. Y ya tenemos el doble de esas campanas metido entre las sienes.

Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica dirigen una versión de La casa de Bernarda Alba en el Teatro Español de Madrid. Está en cartel hasta el 30 de marzo. Merece la pena verla, salir del teatro con ganas de hablar, con ganas de pensar en el silencio, y en las campanas, y en las alcobas, y en las plazas públicas, y en las batallas que nos afectan a todos, aunque se libren sobre el cuerpo de una mujer.

martes, 4 de marzo de 2014

Crimea

Almudena Grandes, nuestra compañera escritora

Articulo publicado el 4 de marzo de 2014 en:

http://elpais.com/elpais/2014/03/02/opinion/1393787701_336134.html

 

Las viejas historias son pesadas, aburridas, y no tienen glamour. Solo sirven para explicar el presente. Y para anticipar el futuro.


Es una vieja historia. En 1945, Stalin decretó que Crimea y sus habitantes eran culpables de colaboración con Hitler, desterró a los tártaros y repobló el territorio con ciudadanos rusos. En 1954, Jrushchov tomó Crimea como si fuera un peón de ajedrez y lo anexionó a Ucrania, otra república soviética con la que ni sus nuevos pobladores rusos, ni los tártaros originarios, tenían vínculos de ninguna clase. Fue un simple gesto de buena voluntad antiestalinista.

Es otra vieja historia. El 8 de diciembre de 1991, Boris Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shuskiévich —presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia— firmaron la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ese día era domingo, y los tres habían pasado juntos el fin de semana en una dacha situada en Belavézhskaya Puscha. Se cuenta que Yeltsin llamó desde la sauna a Bush padre, presidente de EE UU, para darle la noticia. Nosotros tres, explicó, aludiendo a sus antecesores de 1922, la fundamos y nosotros tres nos la hemos cargado, comentó muy ufano. Al colgar, el presidente Bush tuvo la impresión de que estaba borracho.

Siempre hay viejas historias en la base de las historias nuevas. Cuando Occidente tomó partido por los manifestantes del Maidán, nadie pensó en Crimea. Los vecinos de Simferopol se echaron a la calle creyendo que tenían el mismo derecho que los demás, pero no atrajeron las simpatías de nadie con la única y triste excepción de Putin, que en lugar de presionar al Gobierno de Kiev a su favor, ha sacado los tanques a pasear. Ahora, el fantasma de la guerra planea sobre Europa, pero, pase lo que pase, Crimea nunca será Ucrania y sus habitantes seguirán siendo rusos, como la mayoría de los ucranios del este. Las viejas historias son pesadas, aburridas, y no tienen glamour. Solo sirven para explicar el presente. Y para anticipar el futuro.