
El pasado 12 de mayo se lanzaba el libro
“Cambiar Europa: Confluencias políticas y sociales para una Europa en crisis”.
Mi aportación a ese libro habla sobre la respuesta ante el cambio de
Europa que está en las izquierdas. Una respuesta social, mayoritaria y
efectiva, paneuropea y que trascienda el actual modelo del marco
europeo. Una respuesta que debe ser nuestra apuesta, el nuevo rapto de
Europa, abriendo esta Europa a la gente. Aquí os dejo con el artículo
entero y os recomiendo el libro:
La eterna inflexión de las conciencias se ha roto en Europa. El
continente de la lucha por la emancipación y la justicia sociales ha
quebrado su esencia, y ahora desperdiga en migajas, por miles de
rincones, barrios y ciudades, ese pasado maltrecho. La Europa sinónimo y
encarnación de las ansias de bienestar de la mayoría social, hoy suena
mal, huele peor, y es un triste remedo de lo que pretendía ser hace
apenas medio siglo.
La deriva antisocial de unas instituciones desvividas por curar las
heridas del gran capital financiero; de unos políticos alejados de la
ciudadanía, en cenáculos escasamente democráticos; la sombra buitrera de
los lobbies que sobrevuelan Bruselas, hacen que el flujo entero de
nuestra calidad democrática, en primer momento, y de vida, al fin, estén
pervertidos.
En ese contexto, el 22 de Marzo de 2014, las llamadas ‘marchas por la
dignidad’ se unificaron en Madrid consiguiendo que España (entre 1 y
1,5 millones de españoles se dieron cita en las calles de la capital)
clamase al unísono por otras políticas que no roben la dignidad a las
personas y que no nos maltraten lenta y calladamente a través de unas
medidas de recorte que, tras el anónimo y falso sesgo de las cifras,
siegan a diario la vida de millones de europeos y europeas.
En cambio nadie ha presenciado ningún cortejo financiero, de
banqueros peticionarios, que desde Barcelona, Londres o Berlín,
peregrinase en 2008 hasta Bruselas para que la Unión Europea les salvase
las cuentas y les tapase las vergüenzas. No hizo falta.
Las Marchas del Capital no se han dado porque esas decisiones no
necesitan ni de mayorías sociales, ni del consenso y aprobación de la
ciudadanía, ni de elecciones o refrendo alguno: se toman de facto, como
fácticos son los poderes que inducen a, y consiguen que, líneas enteras
de actuación política paneuropea sean iniciadas, reforzadas o cortadas
de raíz.
Los lobbies ya hacen la debida presión, el soterrado trabajo,
evidenciando nítidamente la connivencia hilada entre determinado flujo
de capital y una mayoría nada desdeñable de poder político en Bruselas
(o Madrid), mero siervo al cabo de intereses económicos que se remiten a
la acumulación de riqueza de una minoría social en todo el continente y
a la estratificación entre economías acreedores y deudores como falla
insalvable entre Estados.
En este mismo contexto de hartazgo y rebeldía, este 22 de marzo,
junto con la Dignidad, también se reivindicó el Agua. El día Mundial del
Agua de este año, con el lema ‘Energía y agua’, nos recordaba que estos
derechos básicos deben aún pelearse debido a la tendencia a privatizar o
mercantilizar aún más su servicio y líneas enteras de su gestión.
En esta ocasión es gracias a ciudadanos y organizaciones sociales por
toda Europa que estamos más cerca de conseguir la garantía de, al
menos, uno de esos derechos, el agua, tras lograr, mediante la acción
popular, ciudadana, que los servicios de abastecimiento y saneamiento de
agua ‘saltaran’ de una Directiva de Concesiones que va encaminada a
facilitar las privatizaciones en toda Europa.
¿Cómo? Organizados para una Iniciativa Ciudadana Europea, la
Right2Water, auspiciada por sindicatos, redes ciudadanas y sociales,
plataformas de operadores públicos, y otros actores sociales, se ha
logrado lo que no ha conseguido ningún partido político hasta el
momento: que la Comisión Europea se pronuncie sobre “la importancia del
derecho humano al agua y al saneamiento como un bien público y un valor
fundamental”, recalcando además que “el agua no es una mercancía”.
La Iniciativa Ciudadana Europea permite que, a partir de la firma de
un millón de ciudadanos europeos, la ciudadanía participe directamente
en el desarrollo de políticas de la UE. Hoy en día es absolutamente
posible hacer extensivo a amplios espacios de trabajo y reivindicación
social estas reivindicaciones: con carácter paneuropeo y de forma
inmediata (teniendo en cuenta la existencia de certificados digitales y
las enormes posibilidades que alcanzan las nuevas tecnologías), la
agenda política europea puede decidirse (al menos parcialmente) desde
una plataforma de empoderamiento ciudadano.
Pongo estos dos ejemplos, las marchas de la dignidad y las
Iniciativas Ciudadanas Europeas que han sido exitosas hasta la fecha,
como muestras de la articulación de un ‘poder ciudadano efectivo’ en la
configuración de los nuevos flujos políticos de la Unión que no ha
estado fomentado, de manera decidida, por ningún partido político; opino
que la izquierda debe fomentar, mimar, utilizar y reivindicar como un
motor más del cambio la configuración de este nuevo poder ciudadano
europeo.
Hoy, la ciudadanía europea, desafecta de la vieja política y del
antisocial y asimétrico modelo de integración europeo, está buscando
nuevas fórmulas que consigan armar una renovada forma de practicar una
respuesta social, ante el colapso del sistema partidista instaurado en
la Unión y los modos de uso y organización social y económicos heredados
del siglo XX (y aún XIX).
La nueva conciencia ciudadana
La nueva conciencia ciudadana en la política es una emergencia; en
este renacer de la gente como sujeto de cambio, perdido después de años
de machacona conversión en meros usuarios o clientes, los partidos
políticos de la izquierda europea, que reivindicamos la representación
del pueblo, debemos aprender a retro-alimentar nuestras formas de estar,
de hacer y de ser “sujetos políticos” en la sociedad europea del siglo
XXI.
Un hacer y un estar que implica no sólo observar, escuchar y
transmitir, sino la voluntad firme de dejarnos participar, de
transformarnos en herramientas de nueva democracia, que sirvan de forma
verdaderamente útil a la mayoría social europea (independientemente de
su situación económica y social); porque es un 90% de europeos el que
coincide en la defensa de determinados preceptos que van encaminados,
fundamentalmente, a conseguir paliar tres déficit de la actual
configuración europea, tres carencias que sufrimos a la postre:
1) Un modelo socioeconómico cada vez más ajeno a la justicia social y a
la sostenibilidad (heredadas de la última socialdemocracia europea pero
que hoy es una amarga quimera a recuperar y cuyo desmantelamiento ya
comenzó con Maastricht).
2) Un modelo de configuración política excepcionalmente asimétrico y
poco democrático, que influye en las vidas de millones de europeos pero
sobre el que los millones de europeos/as escasamente podemos incidir.
3) Una indefinición absoluta de nuestro papel en el contexto y escena internacionales.
La realidad es que la definición del modelo europeo, por la propia
configuración administrativa e institucional de la Unión Europea pero
también por la evidenciada connivencia de intereses entre grandes
corporaciones económicas y algunos partidos/Estado, queda lejos de la
‘gente’ y, mucho menos, de concernir acuerdo para mejorar su día a día.
La desconexión abisal entre los intereses de la real politik que
define el camino europeo, y el clamor de la mayoría social, que quiere
transgredir esa senda, hoy es una falla insalvable. El pueblo sabe, y
grita, sobre todo en el sur, contra la encerrona sin solución de la
moderación del déficit; contra la pantomima de la competitividad
empresarial; contra esas instituciones y sus modos.
Está pues abonado el terreno de la desafección para que el fantasma de
un renovado euro-nazismo campe a sus anchas… El peligro es el discurso
antieuropeísta trascendido de la derecha más radical, cuyo lenguaje
directo a la víscera, está más cerca de tensionar el main stream de la
Unión que la narración de un cambio en Europa por motivos de clase…
¿Y la respuesta? La tenemos las izquierdas; en forma de unidad, de
asunción de nuevos roles, ejemplificado en la puesta en marcha de nuevos
procesos, que generen liderazgos diferentes. Una respuesta social,
mayoritaria y efectiva, paneuropea y que trascienda el actual modelo del
marco europeo; y esa debe ser nuestra apuesta, el nuevo rapto de
Europa, abriendo esta Europa a la gente.
Abrir Europa y armar un nuevo rapto de Europa: el de la izquierda
La realidad de aquella Europa de esperanza hoy ha devenido en dolor,
siendo más sangrante que nunca esa dolencia. Digamos basta; abramos
Europa, definámosla de nuevo; marquemos el paso del nuevo escenario.
Digamos, ahora, más Europa, pero distinta, diferente, casi opuesta…
Mejor.
Abrir Europa a los ciudadanos es hoy, pues, esencial si queremos
salvar y fomentar, desde una concepción radicalmente distinta al del
actual modelo, el renacer de un europeismo integrador y social,
sostenible y humanista.
Utilizar las herramientas que ya tenemos sobre la mesa para cambiar
la agenda del debate político europeo, es una prioridad; habilitar otras
puertas de entrada que transformen políticamente la cultura dominante y
que potencien el cambio necesario de modelo, es parte del camino; y
trabajar por la configuración de un frente paneuropeo, amplio, de la
izquierda social y política, que abogue por más Europa pero recuperando
su esencia social y redefiniendo el pacto social que auspicie su
crecimiento, es el paso que debemos marcar.
En ese escenario, las posiciones políticas de la izquierda divergen, y
hasta el solo efluvio de recuperar determinadas dinámicas
socialdemócratas parece revolucionario, suficiente, algo… Pero no lo es;
el reto es acerca de dibujar un nuevo horizonte, por completo, el nuevo
escenario de una Europa renovada; nuevas normas, nuevas instituciones,
nuevos actores. No hay más.
Pero este nuevo relato que tenemos que tensar entre todos/as, no dará
sus frutos, ni movilizará a una mayoría social paneuropea, si no
articula un triple discurso, al menos: 1) Obvio, la recuperación
necesaria de políticas que incidan en la redistribución de la riqueza y
la intervención económica por el bien de la mayoría, y el medio 2) Una
apuesta clara por la redistribución del poder, la recuperación de
derechos ciudadanos y la creación de espacios de democracia
participativa 3) Una asunción de máximos sobre la corporeidad
democrática de la Unión: proceso constituyente o al menos conclusión del
“consenso de la transacción”.
Ante la inconexa muerte de las instituciones europeas, manijeras de
causas e intereses, algunos, debiéramos ser todos, decimos más Europa,
pero una Europa radicalmente social, profundamente democrática y
esencialmente participada y solidaria.